No se trataba del dinero ni de la tarjeta; se trataba de compasión, empatía y la bondad que mantiene unida a la humanidad. Aquella velada se convirtió en algo más que una cita: fue un recordatorio de la bondad que existe en el mundo.
Desde aquella noche, llevé esas dos palabras conmigo como símbolo de esperanza y aliento.
La vida puede depararnos momentos incómodos y desafiantes, pero la forma en que los demás responden con calidez y generosidad es lo que marca la diferencia.
Ya sea en grandes gestos o en actos silenciosos entre bastidores, la bondad tiene el poder de sanar, animar y recordarnos lo que realmente importa.
Y a veces, bastan dos simples palabras para cambiar la historia de alguien para siempre.